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Bus al Sur

lunes, 14 de diciembre de 2009

¡Ya papito por acá lo esperamos hasta las cuatro!...claro, seguramente me están esperando a mí. Y si llego atrasado, ¿Me esperan? Probablemente no, porque esto no es una relación bilateral, no es una negociación po´papito, así es que su hijo va a elegir cualquier empresa que lo lleve a su destino. Al final son todos iguales, cual más, cual menos, pero en todos tendré que doblar mis rodillas hasta el pecho.
Comenzaré el ritual. Miro hacia el cielo y con mi derecha abro el cierre de mi mochila (curiosa expresión esa, siempre me ha llamado la atención lo contradictorio de la frase abrir el cierre) y saco algún aparato que sirva para reproducir música. Lo único que necesito es un par de audífonos, pilas cargadas (o en su defecto un aparato auto sustentable en términos energéticos, que esté con su carga llena), paciencia y ganas de escuchar lo que antes cargué en el aparato, porque si me dan ganas de escuchar otra cosa, la experiencia no sale del todo bien. Finalmente ciento treinta minutos no es tanto. Puedes escuchar cuarenta y dos canciones, leer todo un diario y parte de una novela, o puedes ver a Ussain Bolt correr setenta y ocho veces su record mundial de cien metros obtenido en los Juegos Olímpicos. Ahora que lo pienso bien, en realidad parece ser bastante ridículo ver al negro hacer lo mismo setenta y ocho veces. Además, el esfuerzo físico sería decreciente, por lo cual a la vez veinte que estuviera corriendo, ya no correría con la misma rapidez y no serían setenta y ocho veces, sino bastantes menos. Aun así, sigue siendo ridículo el cálculo.
Eso es lo bello de viajar, uno tantas opciones de mitigar el viaje, que prácticamente es imposible aburrirse.Por supuesto, si uno va al Sur, debes pasar por Rancagua. Esto mismo me lleva a preguntar ¿cuál es el asunto con Rancagua? ¿Es muy imperdible?¿Es muy poblado?. Qué es lo que hace que Rancagua sea la parada oficial de todos los putos buses que viajan de Santiago al Sur. De todas las ocasiones que he viajado, nunca el bus presenta un recambio tan grande de personas en ese Terminal O´higgins. El movimiento de pasajeros es ínfimo, casi insignificante; podrían parar y tirar a la gente por la puerta, así como en movimiento. Imagino eso, sería precioso ver volar personas. Sería como la materialización del dicho "Si los huevones volaran, el cielo pasaría nublado". Ja, Rancagua podría pasar nublado.
Qué complejo es bajar del bus en recorridos inter ciudades (A propósito de eso, hay que ser muy generoso para llamar ciudad a otro lugar que no sea Santiago). Es pedirle al amigo auxiliar que te deje en el medio de la nada, en un lugarcillo nimio que probablemente uno sea el único que lo conoce, si es que uno lo conoce y no es primera vez que viaja. Ese mismo amigo auxiliar que hace el consabido movimiento de pedirte el pasaje como a los veinte minutos de haber abordado el bus en el Terminal, impidiéndote el período de REM, ¡pero que va! Eso es para principiantes, uno que ya está consolidado en estas lides, elige el lugar sin sol y programa su cuerpo para que aguante en vigilia esos veinte minutos hasta que te pidan el pasaje, le digas donde bajas y luego largarse a dormir. Y esa bajada…en un lugar tan extremadamente rural para un santiaguino, donde la seguridad es lo que te falta y torpeza lo que te sobra. En ese lugar es cuando uno debe esperar que los toros y los caballos estén lo suficientemente satisfechos como para no embestirte.


Y al llegar al lugar el deleite es descubrir el acento. El acento reiterado todo cantadito. "Don Óscar dijo que el bus no para dijo. Y tuvo que caminar como dos kilómetros dijo. Y es peligroso y pasó mucho frío y dijo que tuvo que andar caminando rapidito y saltando pa evitar el frío de la mañana dijo". Todo eso dijo don Óscar. Además del il y venil de las palabras, es maravilloso reconocerse como un anquilosado céntrico. Institucionalizando el "tr" como un fonema más, podría hacerse como un símbolo del acento santiaguino medio.

Encontrar, ese sonido en donde olvidamos pronunciar la "te". Donde la lengua amaga tocar los dientes para formar el sonido limpio, puro. Esa acomodaticia mala costumbre de pasarnos por la raja todas las reglas que tenemos los santiaguinos. Además, siempre enfáticos, certeros, cargando en todo momento la penúltima sílaba de todas las palabras para caer de golpe y porrazo en la última sílaba. Esa es la diferencia, esa última sílaba que sube en ellos y baja en nosotros, casi como una representación de nuestra particular idiosincrasia geográfica. Todo en Santiago es para abajo, caídos, pesimistas. En cambio allá, con todo lo rudimentario que parece, siempre está el optimismo, las ganas, la esperanza. Incluso la esperanza de tomar un bus nocturno que te lleve a la Capital, aun cuando un santiaguino de tomo y lomo sabe de antemano que sea imposible.

Dudas

sábado, 14 de noviembre de 2009

Los veintiocho grados centígrados no molestaban mayormente en su interior, todo se movía con calma, incluso él en sus torpes intentos de disimular su nulo dominio corporal.
La gente que lo rodeaba parecía pertenecer a algún tipo de trópico, caribeña. Pensó en ellos y se sintió mejor, era el consuelo de tontos. Si todos son caribeños, no tenía por qué preocuparse de sus aturdidas caderas.


A medida que la noche avanzaba, seguía controlando un porcentaje bastante alto de los eventos que le rodeaban, a pesar de sentirse como una hostia en un encuentro de cultos mazónicos.

De pronto y sin mediar previo aviso, la música que escuchó le trajo las reminiscencias del pasado, eran voces que no podía ignorar, voces que están en el ADN de toda una generación, sea colombiana, chilena o vietnamita. El cantante va a pedir su mano y él quiere que le rebanen los sesos. No había alcanzado a sentir completamente la incomodidad cuando miles de seres comenzaron a moverse al son del ritmo, ensayando algoritmos que chocaban con su incapacidad de recordar coreografías. Pero no eran sólo coreografías, también en su mente estaba mantener la marcha en el lugar, mover las caderas, gesticular con las manos, preocuparse de hacer girar a su pareja, luego girar él y claro, sin perder el ritmo. No pudo evitar pensar que habría sido más fácil para él no ser músico, porque además tenía que sumarle los compases del cantante, los cambios de estrofa a coro, además tenía que preocuparse de admirar ese tipo de música que siempre le ha llamado la atención. Era difícil. Al menos era el único chileno entre tanto caribeño, era “perdonable” no moverse con tanto ritmo.

Pero cuando algo va mal, siempre irá peor. Su vista se clavó en esa pareja de amigos coterráneos que ensayaban los algoritmos coreográficos y pensó que el problema no era la sangre del país, era su propia sangre, la que hervía por sentirse torpe, por sentirse observado por miles de ojos que lo juzgarían y que se reirían de su fracaso, de su osadía de intentar hacer algo que sabe que no puede hacer. Pobrecito, como si alguien se fuera a preocupar de él.

Sin más, se detuvo en el acto ante los ojos atónitos de su pareja, nunca supo si lo entendía o no, pero a él poco le importó…sólo se detuvo.

Perfume Estival

viernes, 23 de enero de 2009


Hay olor a viaje, olor a bus. Pero no olor de cuerpos sudorosos trabajando por nueve horas, sin sueldos dignos, endeudados para encontrarse con otros cincuenta mil cuerpos esperando un cupo para viajar al litoral central. No. Es el olor de la esperanza de perderse por tres días de una rutina que atrapa.


Hay olor a comida. Pero no es olor de ajos fritos en manteca que sube por la ventana de los vecinos. Tampoco es olor a pescado casi descompuesto hecho contra la rapidez de un vencimiento seguro. Bajo ningún término es olor a grasa lentamente pegándose en la masa corpórea. No. Es el olor a descubrir las capacidades culinarias ocultas.


Hay olor a playa. Pero no es el olor a pez muerto o a marisco descompuesto que sale de cada puerto. No es el olor del melón con vino que están tomando las personas cuyo gusto no se condice con el tuyo. No es el olor a aceite bronceador que se desliza suavemente por el cuerpo perfectamente trabajado de las parejas perfectamente empatadas que pasan su tiempo perfectamente mirándose. No. Es el olor de la frescura que hace olvidar los grados Celsius.


Hay olor a sexo. Pero no es olor a cuerpos jadeantes buscando llegar al clímax. No es olor a látex que perdura en las manos por las siguientes cuatro horas. Tampoco es olor a genitales sin aseo. No. Es el olor a sentirse perdido en los brazos femeninos.


Hay olor a recuerdos de vacaciones en donde tres meses resultaban pocos para recuperarse del “stress” anual (¿?). Hay olor a madrugada despertándose para lavar los dientes y contemplar cómo se desocupa el día sin actividades. Hay olor a una preocupación latente de creer que cinco años y medio de una vida fueron a parar al basurero y el resto de la misma es una incertidumbre más grande que el rato que me atrevo a pensarlo.


Ay. Hay olor a vacaciones veraniegas cada vez más adultas.