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Perfume Estival

viernes, 23 de enero de 2009


Hay olor a viaje, olor a bus. Pero no olor de cuerpos sudorosos trabajando por nueve horas, sin sueldos dignos, endeudados para encontrarse con otros cincuenta mil cuerpos esperando un cupo para viajar al litoral central. No. Es el olor de la esperanza de perderse por tres días de una rutina que atrapa.


Hay olor a comida. Pero no es olor de ajos fritos en manteca que sube por la ventana de los vecinos. Tampoco es olor a pescado casi descompuesto hecho contra la rapidez de un vencimiento seguro. Bajo ningún término es olor a grasa lentamente pegándose en la masa corpórea. No. Es el olor a descubrir las capacidades culinarias ocultas.


Hay olor a playa. Pero no es el olor a pez muerto o a marisco descompuesto que sale de cada puerto. No es el olor del melón con vino que están tomando las personas cuyo gusto no se condice con el tuyo. No es el olor a aceite bronceador que se desliza suavemente por el cuerpo perfectamente trabajado de las parejas perfectamente empatadas que pasan su tiempo perfectamente mirándose. No. Es el olor de la frescura que hace olvidar los grados Celsius.


Hay olor a sexo. Pero no es olor a cuerpos jadeantes buscando llegar al clímax. No es olor a látex que perdura en las manos por las siguientes cuatro horas. Tampoco es olor a genitales sin aseo. No. Es el olor a sentirse perdido en los brazos femeninos.


Hay olor a recuerdos de vacaciones en donde tres meses resultaban pocos para recuperarse del “stress” anual (¿?). Hay olor a madrugada despertándose para lavar los dientes y contemplar cómo se desocupa el día sin actividades. Hay olor a una preocupación latente de creer que cinco años y medio de una vida fueron a parar al basurero y el resto de la misma es una incertidumbre más grande que el rato que me atrevo a pensarlo.


Ay. Hay olor a vacaciones veraniegas cada vez más adultas.